Infancia

Características generales

A pesar de ser un periodo relativamente breve en la vida humana, la infancia constituye uno de vital importancia para el periodo de madurez. Se experimentan desarrollos y adquisiciones importantes con mucha velocidad y el conocimiento de estos aspectos es fundamental para comprender la complejidad del funcionamiento psicológico adulto. Este periodo inicia con el nacimiento, las primeras cuatro semanas se conocen como periodo de recién nacido o neonato, del cual ya se realizó una breve exposición, y culmina cuando inicia la pubertad. Con la intención de estudiar mejor el desarrollo y distinguir los avances importantes que se observan en este periodo, tanto en el ámbito cognitivo, social y emocional, se distinguen tres etapas:

  • Primeros pasos: los primeros tres años de vida.
  • Infancia temprana: desde los 3 años hasta los 6 años aproximadamente.
  • Infancia media: desde los 6 años hasta los 11 años aproximadamente.

En los siguientes títulos se describen cada etapa evolutiva indicando las dimensiones del desarrollo cognitivo, afectivo y moral, desde la perspectiva teórica la sustenta. Al final de esta unidad se incluye una breve descripción de cada enfoque teórico, con el fin de simplificar la exposición de cada planteamiento, ya que podría perderse en el conjunto de descripciones de cada etapa. La fuente principal, salvo que se indique lo contrario, es Papalia, Olds y Martorrell (2012).

a)      Primeros pasos

Este periodo se caracteriza, fundamentalmente, por la adaptación al nuevo ambiente, el infante explora su entorno, lo cual a su vez, ayuda a estimular el sistema nervioso, los músculos, los sentidos, etc. El crecimiento físico, sensorial y motriz sigue el principio céfalo-caudal (desde la cabeza hacia las extremidades) y próximo-distal (desde el centro hacia la periferia). El infante es dependiente de los cuidados, requiere de ayuda para la limpieza, la alimentación, la estimulación y la atención que se le brinda es fundamental para su desarrollo futuro. Se van incorporando los valores culturales, el idioma, el valor de las relaciones sociales. Los niños y las niñas muestran claros rasgos de personalidad que define el tipo de interacción con el ambiente, lo que permitirá incorporar repertorios conductuales que darán una impronta particular al carácter, se identifica claramente el nivel de actividad (infantes más tranquilos y pasivos, otros más inquietos, que toman la iniciativa, que responden al contacto interpersonal, algunos son más irritables, los ciclos de sueño y vigilia, el apetito, etc., constituyen estos rasgos primarios). Los más simpáticos y reactivos al contacto, recibirán más atención, mientras que los más pasivos y fríos quizá menos, también los muy irritables o inquietos podrían agotar la paciencia de sus cuidadores.

Las relaciones interpersonales constituirán una fuente importante para el desarrollo de la confianza, más adelante veremos la teoría de Erikson sobre el desarrollo psicosocial en el que se describe este aspecto, el amamantamiento tiene beneficios saludables no solo para cuerpo sino también para desarrollar el vínculo con la madre y la función de apego, que constituye un aspecto muy importante en este periodo. Al mismo tiempo, en esta etapa se desarrolla la conciencia de sí mismo, alrededor de los seis meses, en la que los infantes distinguen un mundo exterior en el que pueden identificarse como parte del entorno y reconocerse separado de él, en la teoría de Freud, el destete constituye un trauma importante para que emerja el Yo y se desarrolle el principio de realidad, que también veremos brevemente más adelante. Las relaciones de apego constituirán una parte importante en la vida adulta y la formación del carácter. El proceso de socialización, como se ha indicado, cobra gran importancia. En esta etapa la socialización con otros niños presenta un aspecto egocéntrico, sienten celos de sus cuidadores y son celosos de los objetos que consideran suyos.

b)      Infancia temprana

En el periodo de la infancia temprana dos condiciones se convierten en las más significativas, la capacidad de hablar y caminar. Se ha llamado a esta etapa el “deambulador”, porque una vez iniciada la capacidad de caminar, los infantes exploran intensamente el entorno. Aún no pueden valorar los riesgos implicados, por lo que requieren del acompañamiento de personas mayores que pueden sentirse extenuados en esta tarea y, en ocasiones, perder la paciencia. Meten los dedos en orificios (los tomacorrientes son los preferidos), la curiosidad parece insaciable, el nivel de conciencia y la capacidad de comprensión se libera en un mundo en el que en cada detalle es novedoso. Este “impulso de movilidad” constituye un ejercicio que ayuda a mejorar la motricidad gruesa y fina. El habla ha superado la etapa de imitación, se articulan frases y oraciones, se incorporan nuevas palabras y la capacidad imaginativa adquiere matices de fabulación. La estructura gramatical y sintáctica se va corrigiendo en base a las retroalimentaciones que recibe de su entorno, también es usual el habla privada (hablar solo) que se considera un importante proceso para el desarrollo del pensamiento.

La conquista de la autonomía en ocasiones se convierte en disputa. Van probando los límites que el entorno y la propia capacidad física le permiten. Aquí la administración de la relación con los cuidadores será crucial para su independencia y seguridad posterior. Uno de los principales desafíos para los cuidadores, en esta etapa, es conseguir el control de esfínteres, tanto para la micción como para la excreción (que por lo general se alcanza naturalmente si el desarrollo sigue su curso normal). Freud indica que este conflicto impactará en cada infante y formará su carácter. Las emociones son expresadas con mayor riqueza. Los rasgos temperamentales son más claros. En las relaciones interpersonales van cediendo el exagerado egocentrismo, aunque no se supera completamente, se relacionan con otros niños y niñas, especialmente si los ven como similares, pueden iniciarse amistades, aunque es común observar reacciones agresivas no perjudiciales. Aparecen diferentes tipos de juegos y los niveles de relacionamiento están marcados por las características particulares, algunos infantes pueden mostrarse más tímidos otros más abiertos y dispuestos a socializar. El estilo en que los padres o cuidadores imparten disciplina será crucial, aunque existen posiciones controversiales, se coincide en que el castigo físico puede generar traumas que no se superen fácilmente. El refuerzo de las conductas apropiadas parece más adecuado para la educación, la percepción de los padres como figura de autoridad constituye un elemento clave, aunque siempre existen críticas a la importancia de este aspecto.

c)       Infancia media

El desarrollo físico avanza notablemente, se observa un mayor dominio del cuerpo, las facultades mentales son ideales para el aprovechamiento escolar: pueden mantener la atención por más tiempo que los niños más pequeños, la memoria se desarrolla de manera importante, permitiendo la adquisición de conocimientos y su transferencia a ámbitos diferentes al de la escuela. El lenguaje se desarrolla y es más complejo. Al inicio del periodo escolar aún no pueden interpretar las sutilezas del lenguaje de las expresiones más complejas, lo que progresa rápidamente entre los ocho y diez años, en donde son capaces de utilizar oraciones subordinadas, asimismo, la comprensión lectora avanza y se hace cada vez mayor, la posibilidad no solo de decodificar el contenido leído, sino de comprenderlo y transferirlo. La metacognición, la capacidad de comprender lo que está aprendiendo y los propios procesos que se aplican en para aprender, también se desarrollan en este periodo. Otro aspecto de gran importancia es la socialización. El infante abandona la posición egoísta y consigue integrarse con otros de su edad. Desarrolla comportamiento prosocial, también en este tiempo, en la interacción con los demás se va construyendo la autoestima que, dependiendo de los estímulos que reciba, serán cristalizados positiva o negativamente. La socialización en este periodo, por lo general, sigue la división de géneros, se prefieren formar grupos entre iguales. En la vida familiar, la relación con los padres juega un papel importante para disciplinar el autocontrol, el relacionamiento respetuoso y, sobre todo, la dinámica familiar incide sobre el equilibrio emocional.

En esta edad se pueden manifestar algunos problemas, que no constituyen el centro de la presente exposición, pero resulta importante considerarlos: los problemas de salud como el sobre peso, la diabetes, desórdenes metabólicos que limitan alimentación, agresión escolar (bulliyng) es un problema creciente en las instituciones escolares, los trastornos atencionales, los desórdenes emocionales y la depresión infantil cobran notoriedad en este periodo.

Desarrollo cognitivo (etapas)

Según Jean Piaget, el desarrollo cognitivo va superando etapas en la que las anteriores forman el sustento de las siguientes. El tipo de operaciones que se pueden ejecutar en cada periodo constituyen la diferencia cualitativa fundamental y las definió de la siguiente manera:

Desde el punto de vista psicológico, las operaciones son acciones interiorizables, reversibles y coordinadas en sistemas caracterizados por leyes que se aplican al sistema como un todo. Son acciones, puesto que se llevan a cabo sobre objetos antes de ser realizadas sobre símbolos. Son interiozables, puesto que se pueden ejecutar mentalmente sin perder su carácter original de acciones. Son reversibles, a diferencia de las simples acciones, que son irreversibles. (Piaget, 1953/1993, p. 43).

Estas diferencias se sustentan en el concepto de equilibrio, central en la teoría de Piaget que considera que el desarrollo psíquico evoluciona mediante un proceso de asimilación y adaptación, en cada etapa, y alcanza un “punto de equilibrio” al consolidar funciones del pensamiento específicas que luego van reacomodándose a nuevas operaciones que son necesarias para la comprensión del mundo, hasta alcanzar “una forma de equilibrio final” en el pensamiento adulto (Piaget, 1964/1993). Estudió a profundidad el nacimiento de la inteligencia en la infancia (Piaget, 1977/1990) y replanteó varias veces su teoría, en ocasiones diferenciando tres etapas y en otras cuatro, el desarrollo pormenorizado del tema excede a los propósitos de esta presentación, nos referiremos brevemente a los tres periodos (estadios) que se desarrollan durante la infancia (Piaget, 1953/1993, pp. 44-58):

Periodo sensoriomotriz (de 0 a 2 años):

Este periodo se encuentra caracterizado por la actividad motora, puesto que antes de la aparición del lenguaje, la única alternativa del infante es la motricidad, durante este tiempo no es posible interiorizar las operaciones en forma de pensamiento. Dos aspectos importantes de la inteligencia encuentran su equilibrio hacia el final de este periodo: la reversibilidad y la conservación. El infante pequeño, inicialmente, cuando un objeto se ocultaba de su campo visual no lo seguía, es decir, reaccionaba como si desapareciera, recordemos los juegos en los que una persona puede ocultar su rostro y el infante reacciona como si la persona no estuviera, luego de un tiempo comprende que está oculto, lo mismo sucede cuando un objeto es movido del lugar en el que fue observado inicialmente, no comprenderá que el mismo objeto está en otro lugar, esto se conoce como “grupo de desplazamientos”, entonces, en este periodo comprende que un objeto “se conserva”, no puede desaparecer, y se pueden “revertir” los eventos, es decir, pueden estar en un lugar y otro y volver a donde estuvo originalmente.

Periodo preoperacional (de 2 a 7 años):

La función simbólica es la característica fundamental de este periodo, esta función se expresa mediante el lenguaje (atendiendo que el lenguaje es una simbolización de objetos), el juego simbólico que consiste en hacer fabulaciones, la imitación de sucesos que se dan luego de que haya pasado un tiempo del original y la imitación interiorizada que permite la formación de imágenes mentales. Como se puede ver esto implica una cualidad diferente al estadio anterior. Con lo que respecta a la reversibilidad y la conservación, mantiene características del periodo anterior por lo que no se puede afirmar que existan operaciones propiamente sino más bien una “preparación” para desarrollarlas más adelante.

Periodo de las operaciones concretas (de 7 a 11 años):

Las facultades que se alcanzaron en las etapas anteriores encuentran un punto de equilibrio temporal en este periodo mediante la posibilidad de efectuar operaciones lógicas basadas en el objeto, es decir, de carácter concreto, se desarrolla la capacidad de clasificación y de seriación. La clasificación corresponde a la posibilidad de establecer categorías de agrupamiento de orden superior e inferior: un gorrión es un ave, un ave es un animal, un animal es un ser viviente, estas categorizaciones se pueden expresar formalmente y permiten operaciones lógicas y matemáticas importantes; por otra parte, la seriación permite establecer jerarquías en base a ciertas propiedades (la longitud, el grosor, el peso), aunque no todas las características de un objeto puedan discriminarse adecuadamente (como el peso) al año siguiente va mejorando dicha capacidad.

El equilibrio de este periodo permite que el infante infiera relaciones a partir de los objetos, relaciones de causalidad, razonamiento inductivo, operaciones matemáticas relativamente complejas, aunque estas relaciones aún no pueden desprenderse totalmente del carácter concreto, relacionado con los objetos y por lo tanto no adquieren un carácter global, lo cual se alcanzará recién en el siguiente estadio.

Desarrollo socioafectivo

Las características afectivas de la infancia se presentaron en las descripciones generales de cada etapa, sin embargo, se identifica las etapas del desarrollo socioafectivo con la teoría de Erik Erikson a las que denominó las “ocho edades del hombre” (Erikson, 1963/1987, cap. 7) y describe estadios o etapas que se encuentran estrechamente relacionadas con las relaciones sociales y vinculares con el entorno. Las etapas correspondientes a la infancia son las siguientes:

Confianza básica versus desconfianza (de 0 a 2 años)

Este periodo se extiende desde el nacimiento hasta aproximadamente los dos años. Según lo expone Rappoport (1977, pp. 118-119), Erikson considera que los ciclos de sueño y alimentación, junto con la relación con la madre, constituyen el núcleo del desarrollo de la confianza básica, un infante que recibe la atención suficiente y siente el cariño de la madre, podrá confiar que, aunque su madre no esté a la vista, ella acudirá a su protección; en caso de que no reciba las atención desarrollará una desconfianza básica que en la edad adulta podría transformarse en depresión.

Si esta etapa se supera de manera satisfactoria, el infante desarrollará la virtud de la esperanza.

Autonomía versus vergüenza y duda (de 2 a 4 años)

En la medida en que se va ganando fuerza muscular y el control corporal (recordemos que en esta fase se inicia el control de la deposición), se desarrolla el lenguaje, el infante también va tomando conciencia de sí mismo, estableciendo una disputa permanente de autonomía en la medida en que gobierna su cuerpo y sus pensamientos. Evalúa los límites de sus libertades probando y desafiando cuánto puede hacer (intentando siempre salirse con la suya), en este sentido, el rol de los cuidadores es fundamental para garantizar la seguridad y, por otra parte, fortalecer la confianza sobre la posibilidad de tomar decisiones, distinguir lo bueno de lo malo. Erikson (1963/1987, pp. 227-228) sostiene, además, que aparece un sentido de ley y orden como resultado de la aprobación del entorno, de la mirada de los adultos que aprueban o reprueban sus acciones, con lo que puede existe un permanente estado de vergüenza, hermanada con la duda, en esta relación de tensión se desarrollan sentimientos de amor y odio, si se fortalece el autocontrol sin perder la autoestima se desarrollará un sentido de buena voluntad y orgullo.

Como resultado de la superación de esta crisis en términos positivos se desarrolla la virtud de la voluntad.

Iniciativa versus culpa (de 4 a 6 años)

Esta etapa que coincide con la preescolar, se caracteriza por el afianzamiento de la autonomía alcanzada en estadio anterior, una motricidad más firme, un lenguaje propositivo y autónomo más desarrollado orientan al infante a interesarse por el mundo de las cosas, el mundo exterior, el mundo en el que la intrusión en el mundo social, el conocimiento, la posibilidad de realizar cosas y emular las acciones adultas resultan muy placenteras. Esta etapa se distingue del periodo de la autonomía porque la intencionalidad de las acciones pueden ser sostenidas por más tiempo, la crisis de este periodo está signada por el riesgo que implica que la excesiva impulsividad pueda orientarse a dañar otras personas y, en ese tránsito, generar culpa por la daño causado, en Erikson, esta etapa se identifica con el complejo de Edipo de la teoría de Freud, aunque no la desarrolla directamente, señalando conflictos contradictorios de rechazo e identificación con la figura paterna del mismo sexo (Rappoport, 1997, pp. 120-121), Finalmente Erikson afirma que las identificaciones parentales generan una idealización de un modelo de adulto, con sus uniformes y herramientas que reemplazan las imágenes de héroes y hadas, que guiará a la persona a tratar de alcanzar ese ideal de adulto en el futuro (Erikson, 1963/1987, pp. 232).

Si las condiciones favorecen un desarrollo adecuado, se alcanzará la virtud de la finalidad o propósito.

Industria versus inferioridad (de 6 a 12 años)

También llamada “industriosidad” o “laboriosidad”, esta etapa coincide con el periodo escolar que para Erikson está signada por la posibilidad de utilizar herramientas, de generar, fabricar, crear. Es el momento de “jugar a ser adulto”, asumir roles de papá/mamá, simular trabajar, tomar herramientas, incorporar el concepto del trabajo y la producción, seguir instrucciones, integrar el ethos de la tecnología y del mundo del trabajo, los vínculos con los padres ceden a la cultura escolar y la socialización con otros infantes con los cuales debe aprender a laborar, a producir y a incorporar, por la enseñanza de los niños mayores, los valores de la cultura, la discriminación, la división del trabajo, etc. en el que consigue reconocer su propia identidad social, si esta etapa no logra desarrollarse satisfactoriamente se sentirá una persona constreñida en sus horizontes y verá su trabajo como su “única obligación”, convirtiéndose en una persona conformista (Erikson, 1963/1987, pp. 232-234).

La virtud que se desarrolla, si se resuelve satisfactoriamente la crisis, es la competencia.

Desarrollo moral

Laurence Kohlberg desarrolló un modelo de “estadios morales estructurales” (Kohlberg, 1992) en los que, a medida que cada infante desarrolla capacidades cognitivas, al mismo tiempo estructura de manera diferente sus juicios morales. El modelo se compone de seis estadios agrupados en tres  niveles, a continuación se describen los cuatro primeros, correspondientes al periodo infantil:

Nivel I. Preconvencional (de 2 a 7 años)

El primer nivel se corresponde con el estadio preconvencional de Piaget, y aquí prevalece un valor oral centrado en “acontecimientos externos cuasifísicos”, lo que se relacionan más bien con actos o necesidades elementales, “cuasi físicas” que en las personas o en las convenciones estándares:

  • Estadio 1. Orientación al castigo y obediencia: Prevalece una referencia egocéntrica al poder o prestigio superiores, lo que orienta el juicio de lo bueno lo malo a las indicaciones que le son dadas por los adultos de referencia de tipo “mi madre dice que eso está mal”, “mi padre no quiere que haga tal cosa”, la intención es evitarse problemas, es de responsabilidad objetiva.
  • Estadio 2. Orientación ingenuamente egoísta: La acción correcta es aquella que satisface a ambos actores involucrados, se podría pensar que funciona en una lógica de “ojo por ojo…”, se practica el bien hacia quienes lo han hecho conmigo. Orientación al intercambio y reciprocidad.

Nivel II. Convencional (de 7 a 12 años)

El nivel convencional implica la aceptación de “convenciones” o acuerdos sociales, cada infante coloca el valor moral sobre su interpretar de roles buenos o correctos, respetar las normas para mantener el orden y las expectativas de los demás.

  • Estadio 3. Orientación del buen chico: Se busca obtener la aprobación de los demás, que las demás personas opinen que es una “buena persona”. Por lo tanto se opera en función a las imágenes estereotipadas de la mayoría y elabora juicios guiados por las “buenas intenciones”.
  • Estadio 4. Orientación de mantenimiento de la autoridad y orden social: La orientación principal es la de «cumplir el deber» y a mostrar respeto por la autoridad y mantener el orden social dado, por sí mismo (no como resultado de la coacción de otras personas).