Influencia social

Importancia e influencia de la sociedad y la cultura

Al inicio de la unidad se expuso la importancia de la sociedad en el comportamiento y la conformación de la propia identidad. A lo largo de los capítulos anteriores se ha visto que la estructura personal (confianza, voluntad, amor, etc.) resulta de las interacciones con el entorno social, asimismo, en la formación de los procesos cognitivos inciden con fuerza la estimulación del ambiente y la cultura. El entorno social transmite normas y valores que forman parte de la identidad personal y darán una impronta particular que diferencian a las personas de ciertas sociedades y culturas de otra. Lo que en una cultura se considera “correcto” en otra puede llegar a ser grosero o, inclusive, un delito. Se utiliza el término “animal cultural” para indicar que el ser humano se diferencia de las demás especies por la cultura: lenguaje, valores, imaginario y representaciones colectivas (Baumeister, 2007). A continuación se describen algunos componentes de capital importancia para el desarrollo y el bienestar personal.

Proceso de socialización

La socialización se refiere al hecho de vivir en sociedad y relacionarse con otras personas. La Psicología Social le ha dado mucha importancia a este proceso y se designa como “proceso de socialización” a la internalización de las normas sociales, la cultura, el lenguaje que se adquiere a través de la experiencia de convivencia y permite adquirir competencias y hábitos que aseguren una interacción “exitosa” (aunque no siempre) con la sociedad. En primer lugar en la familia, posteriormente en la escuela y a medida que se interactúa con diferentes grupos la socialización se completa, se internalizan actitudes, creencias, prejuicios y estereotipos (resultados propios de la socialización constituyen la preferencia hacia un club de fútbol, la religión y las creencias religiosas, la ideología, las actitudes de clase, etc.).

Relaciones interpersonales

Establecemos relaciones con otras personas todo el tiempo, la facilidad, la frecuencia y la intensidad de dichas relaciones estarán influidas por nuestras características personales (algunas personas presentan una tendencia primaria a relacionarse con otras personas mientras que otras prefieren la soledad), el contexto social, el entorno y los intereses personales. Varios exponentes de la psicología norteamericana han sugerido que las transacciones interpersonales se fundamentan en la búsqueda de refuerzos positivo, una gratificación inmediata o la satisfacción de las necesidades, indicando que son éstos los factores que definen las relaciones interpersonales y que en un segundo plano se encuentran los factores personales y el contexto social de interacción (Ovejero Bernal, 2007).

Las relaciones interpersonales pueden interpretarse como intercambios entre dos o más personas basadas en el amor, los gustos artísticos, los intereses deportivos, las preferencias musicales o condiciones sociales comunes que facilitan el intercambio comunicacional. Es la comunicación entre personas la que define precisamente el nivel de relacionamiento, la frecuencia y la intensidad de la misma, el nivel de contacto, la intimidad, los temas en común se matizan según el tipo de relación mantenida. A pesar de lo natural de las relaciones sociales, algunas personas tienen dificultades para respetan los límites de intimidad y espacio individual.

Los contextos en los que se establecen relaciones sociales son muy variados: espacios de relacionamiento primario y secundario, los clubes sociales, comisiones, espacios religiosos, centros de estudio y en la actualidad la utilización intensiva de las redes sociales virtuales genera un aumento en el relacionamiento “virtual” y físico a partir de intereses comunes. Quizá sin las redes sociales este tipo de relacionamiento hubiera sido diferente o menos frecuente.

Las relaciones con otras personas constituyen una dimensión muy importante para las personas, existen varios estudios que demuestran que el apoyo social por parte de los familiares y amigos son decisivos para hacer frente a situaciones muy difíciles en la vida (Sherbourne y Stewart, 1991), como hacer frente a enfermedades psiquiátricas (Miyata, Tachimori y Takeshima, 2008) o enfermedades crónicas como el cáncer, la diabetes (Gomes-Villas Boas y otros, 2012) y la hipertensión (Redondo-Sendino y otros, 2005).

Conducta Prosocial

Alrededor de los años 60, con el trabajo publicado por Darley y Latané en el que describían el “efecto del espectador” que se produce cuando una persona que visiblemente necesita ayuda en un espacio público es ignorada por las demás personas, quienes acercarse a ofrecer ayuda. A partir de dicho estudio, los mismos autores orientaron su interés a lo que denominaron la “conducta altruista” que posteriormente recibió el nombre de conducta prosocial (Molero, Candela y Cortés, 1999). La conducta prosocial se define como la tendencia a prestar ayuda a otras personas. Articula los conceptos de la solidaridad y altruismo. Es un componente cardinal en la vida social, especialmente en tiempos en los que el individualismo, de la mano del acelerado ritmo de vida urbana y la acusada desensibilización hacia el sufrimiento ajeno, caracterizan a nuestra sociedad. Nos interpela frente el irresoluto dilema filosófico de si el ser humano es esencialmente bueno o malo y aborda un aspecto central en lo referente a las relaciones y organizaciones sociales (Stümer y Snyder, 2010).

El concepto de conducta prosocial se acuñó en oposición a conducta antisocial y se ha concebido como un concepto esencial para el mejoramiento de la convivencia social. Se realizaron innumerable estudios para comprender cuáles son los elementos que favorecen el comportamiento solidario. Un planteamiento sostiene que la conducta prosocial responde al razonamiento “costo-beneficio”. Las personas tenderán a ser solidarias en tanto la ayuda que preste no le impliquen mayores costos que los beneficios derivados de la sensación de alegría o satisfacción que confiere ayudar a otra persona. Desde esta perspectiva se interpreta que la conducta prosocial no es una manifestación altruista sino más bien egoísta y hedonista (busca complacerse a sí mismo) que busca el reconocimiento social o simplemente “realizar la buena acción del día” para sentirse “una buna persona”. Batson critica esta interpretación y sostiene que las investigaciones demuestran que la conducta prosocial es de naturaleza solidaria-altruista más que un simple acto egoísta de querer sentirse bien. Eisenberg y colaboradores, indican que los factores que favorecen la conducta prosocial (Molero, Candela y Cortés, 1999, pp. 347-348), son los siguientes:

  1. La actitud de los padres en la crianza de los hijos: padres que incentivan actitudes altruistas, que operan positivamente en la resolución de problemas, inducirán en sus hijos mayor conducta prosocial.
  2. La simpatía que despiertan las personas: se tiende a prestar ayuda a las personas sobre las cuales se siente cierta simpatía, la que numerosos estudios han mostrado que se puede despertar por contacto visual, sonreír, un previo contacto físico, el atractivo de la persona, etc.
  3. La empatía: cuando una persona se siente identificada con la otra o consigue comprender el dolor o la incomodidad en la que se encuentra la otra persona estará más dispuesta a solidarizarse.
  4. El razonamiento prosocial. Las personas que tienen un razonamiento que justifica la necesidad de presentar solidaridad a otras personas tiende a mostrarse consecuente con su pensamiento.
  5. La personalidad altruista. Algunas personas presentan estructuralmente un rasgo altruista de personalidad, la que las inclina preferentemente a mostrarse solidarias con las demás.